bandoleros del Guadarrama

bandoleros del Guadarrama

Los Bandoleros


Caballos en la Sierra del Guadarrama.
Para los bandoleros algo imprescindible.

             Largas patillas, tez morena, barba no siempre bien rasurada, aire patibulario, grandes navajas, trabucos y buenos caballos... y las sierras andaluzas como escenario. Estos son algunos de los rasgos que asociamos, casi inconscientemente, con la imagen del bandolero. Cierto, no lo podemos negar, que toda una generación de españoles instantáneamente a esa imagen le pone un rostro. Exactamente el del actor Sancho Gracia en su interpretación de Curro Jiménez. Y es que la serie de televisión volvió a poner de moda una actividad, lo podemos llamar así, desaparecida de la geografía patria hacía ya muchos años pero que llegó a estar tan presente en la sociedad de su momento, en la boca del común de las gentes, como en los años de máxima audiencia de la serie televisiva.

          Pero no nos podemos engañar. El bandolerismo no fue un fenómeno que se limitara al sur de España (lean el título de este blog), ni que afectara exclusivamente a la península. Y por supuesto no era imprescindible ser moreno y bajito para practicarlo. En todos los lugares y en todas las épocas esta actividad, con sus propias características, ha tenido lugar.

           El bandolero es un ladrón que actúa en el medio rural, en el campo podemos decir; y en la tortuosa orografía de las sierras encuentra su medio ideal, allí donde más cómodo se siente. Allí le es más fácil asaltar, huir y esconderse. Se le puede llamar igualmente bandido, salteador de caminos o malhechor. Pero la idealización hace que cuando utilicemos la palabra "bandolero" otros atributos, casi cualidades, le acompañen en nuestra imaginación. Por ejemplo, a diferencia de otros delincuentes no es sanguinario, es arrogante frente al poderoso, ya saben, roba al rico para dárselo al pobre y en el fondo tiene un buen corazón. ¿Y todo esto era habitual? Pues me temo que no. Más bien casi nunca.


Imagen prototipica del bandolero. Gustavo Doré

          ¿Y por qué pensamos en los bandoleros como personas que viven al margen de la ley, es verdad, pero con buen fondo, hombres justos en definitiva? Pues por un proceso de idealización complejo y del que hablaremos en otro momento y que se daba ya en tiempos muy antiguos. Tan sílo citaremos que un veteranísimo y prestigioso historiador, Eric Hobsbawm, estableció hasta 10 características sobre el bandolero “ social”, entre ellas que corrige abusos, que inicia su carrera como víctima de la injusticia o que no mata nunca si no es en defensa propia.

           Bandidos los hubo en todos los lugares y tiempos. Robar a las gentes que transitaban por los caminos se ha dado a lo largo de toda la historia. Cierto que en España la actividad tiene casi su denominación de origen en Andalucía. Allí los producían con enorme facilidad. Y deben de sentirse hasta orgullosos de ellos. Tanto que en la población de Ronda le han dedicado todo un museo a este asunto. Parece que Andalucía con sus sierras, soledades y sobre todo desigualdades sociales era campo de cultivo para esta delictiva actividad. Pero casi toda la geografía nacional se vio afectada por el problema de la inseguridad que llevaba consigo la presencia de estos personajes. Como por ejemplo, Cataluña, La Mancha, Navarra y por supuesto la sierra del Guadarrama. Imposible conocer a ciencia cierta quién sería el primer bandolero a lo largo de la historia pero si podemos atrevernos a citar, quién es considerado por los especialistas en este asunto como el último : El andaluz Pasos Largos, quién terminó sus días ( y correrías ) en 1934.



El famoso bandolero Pasos Largos.
                                              http://www.ronda.ws/cultura/bandolerismo.htm

         Del proceso de idealización tenemos el testimonio de Merimée, quien daba por cierta una historia que hacia 1830 se contaba sobre el famoso bandolero andaluz José María "el Tempranillo". Así hablaba de él en su "Viaje a España":

“Guapo, valiente, cortés, tanto como puede serlo un ladrón, así es José María. Si detiene una diligencia, da la mano a las señoras para que bajen y se preocupa de que estén cómodamente sentadas a la sombra pues la mayor parte de sus hazañas se realizan de día. Nunca un juramento, nunca una palabra grosera; por el contrario consideraciones casi respetuosas y una cortesía natural que nunca se desmiente. Quita una sortija de la mano de una bella mujer: ¡Ah señora! –dice- una mano tan bella no necesita adorno. Y mientras desliza la sortija fuera del dedo, besa la mano de un modo capaz de hacer creer, según la expresión de una dama española, que el beso tenía para él más valor que la sortija (...)"

(c) Santiago Martín

Bandoleros del Guadarrama

                                      Niebla en la sierra. La sensación de soledad se agudiza. El miedo a los bandoleros ha dejado muchas referencias escritas.

¿Bandoleros en el Guadarrama? ¿Alguna idea? ¿Algún nombre?
Algunas contestaciones posibles:
“Luís Candelas”. (No, equivocado).
“Curro Jiménez” (¡¡ Por Dios…¡¡.)
“En la Pedriza creo que los hubo pero no sé decir ningún nombre”. (Bueno, esta respuesta no está mal).


            Pues claro que hubo bandidos en la Sierra. Y no fueron precisamente pocos. Diversas fuentes como archivos históricos, prensa de la época, tradición oral o incluso viejos romances nos hablan de ellos. Cierto que la zona centro no es la más famosa del país en este asunto. Eso no quiere decir que sus caminos, y especialmente los que cruzaban por zonas más solitarias, tuvieran la mejor reputación a lo largo de toda la historia. Seguramente la escasez de información, que sobre este asunto tenemos en los inicios del siglo XXI, se deba más bien a otros factores. Tal vez, el carácter de la gente de la tierra no sea el más dado a la idealización de este fenómeno. Las desigualdades sociales fueron seguramente menores que en otros territorios.

Vistas desde Cueva Valiente. Viejas historias de bandidos se localizan por aquí.

            También se ha tratado menos sobre este asunto. Y es que las historias que surgían de la sierra y sus aledaños siempre tuvieron una feroz competencia en las que producía la inmensa urbe, Madrid, situada a relativamente escasa distancia. De hecho la historia de la sierra se ha contando mayormente desde la propia capital. Como la que escribieron aquellos primeros excursionistas que en los albores del XX se acercaron a ella y nos dejaron (y podemos disfrutar con ello) su interesante testimonio acerca de una comarca por aquellos tiempos tan desconocida para la gente de la capital. Se llega a hablar del descubrimiento de la Sierra. Pero la historia de los bandoleros se contaba fundamentalmente en los propios pueblos, en sus tabernas, en las conversaciones de la gente, tal vez a la salida de misa, tal vez en los mercados.



         Y es que bien mirado, la Sierra de Guadarrama tenía todo lo que cualquier bandido necesitaba para poder ejercer convenientemente su profesión. Veamos: Importantes vías de comunicación cruzaban la sierra. Y por ellas no les quedaba más remedio que pasar a todos aquellos que desde la meseta norte se dirigían a la capital del reino. Junto a estas y otros menos transitados caminos, se encontraban soledades, campos y bosques, lugares idóneos, perfectos para la huida y el escondite. Y por supuesto no faltaban zonas realmente agrestes, diseñadas casi a propósito para el escondite, como la Pedriza. La cercana ciudad de Madrid, por otra parte, era un lugar estupendo donde colocar la mercancía e incluso donde poder pasar desapercibido. Fueron varios los bandidos que alternaron la ciudad y el campo para actuar. Y otros la prefirieron para ocultarse, y tal vez para descansar, de tan ajetreada existencia.

La Pedriza. "Santuario" de bandoleros

              Y los bandidos serranos también tuvieron su leyenda noble, historias que les atribuyen actos magnánimos. Algunos, según cuentan estas viejas historias, se vieron abocados sin quererlo a esta vida a salto de mata. Otros siempre tuvieron un rasgo amable con los niños. Y no falta el bandido que por la mañana roba y por la tarde agasaja a la misma víctima. En fin, hay de todo. Pese a ello, Constancio Bernaldo de Quirós, comparándolos con los bandidos andaluces, no parecía sentir mucha simpatía por los bandoleros serranos; así escribía lo siguiente:

 “ ... pero los bandidos de nuestra sierra, lo mismo, en la Pedriza, Pablo Santos, que “ El Tuerto Pirón” bajo los dominios de la Peñalara, o “ Malote” en la Paramera, nada han debido tener de románticos ni pintorescos, si no de todas las cualidades contrarias más repulsivas, como productos de un medio físico y social enteramente desgraciados.”

         Pero hay que reconocer que seguramente estaría influido por las lecturas de las idealizadas descripciones que sobre los bandidos andaluces realizaron diversos viajeros extranjeros en el XIX como el ya citado Merimée. Ahondar en las biografías de los bandoleros andaluces desmiente esa noble imagen.

Volvamos al inicio. Y contestemos a las preguntas:
¿Bandoleros en el Guadarrama?: Por supuesto
¿Alguna idea? Claro, bastantes y de ellas hablaremos
¿Algún nombre?: Muchos: Pablo Santos, los Peseteros, Barrasa, Chorra al Aire, El Tuerto Pirón, Juan Plaza, Aquilino, Consuegra, Parrada, Barroso, etc.
¿Su carácter histórico?: Pues de todo hay en la viña del señor. Unos son rigurosamente históricos, pues conocemos sus peripecias a través de los archivos o la prensa. De otros su recuerdo ha quedado distorsionado por el paso del tiempo. Y alguno habrá inventado, eso sí, basado seguramente en algunos personajes o viejas historias. Y la especialidad de la casa: la mezcla de hechos.
De todos ellos seguiremos hablando. Sigan atentos.

(c) Santiago Martín Arribas

La Pedriza y sus bandoleros.


Collado del Val de Halcones. Al fondo la cuerda oriental de la Pedriza.

           Si un paraje serrano se identifica inmediatamente con leyendas sobre bandidos esa es la granítica y  escabrosa Pedriza. Su laberíntica disposición, lo agreste del terreno y la abundancia de covachas y escondrijos que el capricho de la geología a través de miles, millones de años, ha diseñado, hace que no sea difícil, a poca capacidad de fantasear que tengamos, imaginar la presencia de bandoleros. Bandidos que se internaban por aquí, tal vez después de un golpe, tal vez para preparar otro, o que escondían a terceras personas, sus secuestrados.


           Y es que la Pedriza, además de albergar un difícil terreno, era un lugar mayormente solitario. Adosada como un gran bloque granítico sobre la Cuerda larga (línea de cumbres que se extiende entre los puertos de Navacerrada y la Morcuera), penetrar en este terreno es adentrarse en todo un callejón sin salida, lleno, por cierto, de otros todavía más pequeños; estrechas sendas, que parecen no llevar a ninguna parte. Y dentro de este terreno, entre los escasos espacios en los que la tierra aparece en medio de los bloques de granito, una rala vegetación sólo puede dar cobijo a pequeñas explotaciones ganaderas. Fueron desde siempre los pastores los principales conocedores de este terreno. Y ellos fueron los que contaron a los primeros excursionistas que por allí se acercaron las historias que nos han llegado hasta nuestros días.


          Son muchos los lugares dentro del circo pedricero y sus aledaños, en los que se pueden contar historias sobre los bandidos. Collados, canchos y cantos, si pudieran, hablarían largo y tendido acerca de leyendas de bandoleros, fechadas siempre de forma poco concreta en el siglo XIX. Bandidos como Pablo Santos, personaje de oscura biografía del que hablaremos en su momento, secuestrados que fueron escondidos aquí, y otras muchas historias y leyendas de las que desconocemos muchos datos concretos, pero de las que podemos más o menos suponer, su grado mayor o menor, de verosimilitud. Si seguir la huella del bandolerismo en la sierra nos permite conocer gran parte de su geografía, seguir a los bandidos pedriceros nos adentra por todo tipo de vericuetos, por casi desaparecidas sendas, e incluso plantea para el más tenaz el reto de encontrar lugares antiguamente citados y todavía no bien localizados. Incluso un varias veces centenario árbol y una ermita nos pueden contar también sus propias historias de bandoleros.


        En el año 1852 una noticia publicada en el periódico “El Clamor Público” ya nos informa de la existencia de estos personajes. Así en octubre podemos leer que:


 “10 o 12 hombres perfectamente montados y equipados, vagan por el sitio llamado Las Pedrizas, en las inmediaciones de Colmenar y se han dejado ver en los alrededores de El Paular, Miraflores y demás pueblos de aquella Sierra. Nos han asegurado, aunque nosotros no respondemos de la exactitud de la noticia, que el sábado último salieron los ladrones al camino de Castilla y robaron unas diligencias, internándose después en Las Pedrizas. Los habitantes de los pueblos cercanos se hallan poseídos de un terror pánico de mismo modo que las personas cuyos negocios les obliga a transitar por lugares tan sospechosos”.

Y sobre las precauciones que se debían tomar la noticia continúa:

“Anteayer salieron de Madrid algunos caballeros y entre ellos un ingeniero de Minas. Todos iban armados hasta los dientes y dispuestos a impedir un golpe de mano”
                        Caprichosas formas. Parece un viejo mamut petrificado. Cosas de la geología.

            Por estos años, la Pedriza ya se había ganado una reputación como lugar de escondite. Unos años antes un famoso secuestro que tuvo como protagonistas a los hijos del Marques de Gaviria ( sí, el mismo del "palacio"), una de las personalidades más importantes de su tiempo, tuvo su resolución aquí. Pero todavía quedaba un tiempo para que las leyendas de bandoleros fueran impresas en revistas y libros. Y es que en los albores del siglo XX los primeros excursionistas, en sus caminatas por estos andurriales, conocieron a muchas gentes del lugar. Son estas personas, pastores y posaderos, quienes les cuentan historias y leyendas de la zona. Así tenemos los nombres de Bautista Montalvo, de Ambrosio Esteban, de Ángel Viñas o Perea. Sobre todo son narraciones que tienen que ver con bandidos que antiguamente, contaban, campaban a sus anchas por la zona, historias que en muchos casos oyeron contar a sus padres o que vivieron cuando eran niños.


        Luego los Quirós, Laforest y otros pioneros del excursionismo publicarían estas informaciones, haciendo que definitivamente esas viejas leyendas perduraran y se extendiera consecuentemente su conocimiento a gentes ajenas al mundo rural. De esas historias pedriceras seguiremos hablando.

(c) Santiago Martín Arribas

El Valle del Lozoya y sus bandidos


    Cuerda Larga. Uno de los "cierres" del Valle del Lozoya.

         Al igual que muchos otros rincones serranos el Valle del Lozoya, en mi opinión uno de los lugares más bellos de la zona Centro, alberga unas cuantas historias de bandidos. Y es que su geografía, aunque bien diferente a la pedricera, ofrecía igualmente, sin duda, grandes posibilidades para la vida a salto de mata. Lugar tradicionalmente apartado y escondido con tan sola una salida natural, la que le abre el curso del río Lozoya, y cerrado por las más altas cumbres del Guadarrama como Peñalara o Cabezas de Hierro, el valle fue siempre un lugar fragoso, solitario y aislado. Seguramente algo menos desde tiempos medievales cuando se produjo la fundación (o refundación) de los pueblos de Rascafría, Oteruelo, Alameda, Pinilla y Lozoya, y sobre todo desde que en el año 1390, en tiempos del rey Juan I, se edificara un monasterio que iba a tener una importancia e influencia capital en el valle, constituyendo desde ese momento un importante lugar religioso, cultural y sobre todo, económico ( poderoso caballero, que no señor, es don dinero). Pero a pesar de la cartuja del Paular, del paso de reyes y de sus pobladores, los bandoleros encontraron en las fragosidades de sus bosques y en las notables dimensiones de sus solitarias montañas un lugar estupendo para actuar u ocultarse.

Los montes Carpetanos al fondo

          Es en estos tiempos medievales cuando se sitúa una leyenda bien conocida, que nos habla de la justicia que impartían, a medio camino de la historia y de la tradición, los conocidos como caballeros quiñoneros. La leyenda, difícil de documentar y de rastrear en su origen, nos presenta el Puente del Perdón, sobre las aguas del Lozoya y situado exactamente enfrente del monasterio, como lugar donde tenía lugar toda una ceremonia jurídica bien primitiva, en la que se permitía una última revisión sobre las sentencias ( por llamarlo de alguna forma, la arbitrariedad seguramente campaba a sus anchas por estos lejanos años) que previamente se habían pronunciado. Si la apelación confirmaba la condena el apesadumbrado reo cruzaba el puente y no le quedaba sino remontar el río para llegar a la conocida como Casa de la Horca. ¿Adivinan qué le iba a pasar allí? Y si era perdonado, quedaba libre y suponemos que bien contento se iría a celebrar su liberación.


         En el siglo XVI el cronista segoviano Colmenares hablaba la persecución que llevaban a cabo los citados caballeros quiñoneros sobre unos “moros”, que emboscados en las montañas, amenazaban a la población. Concretamente, escribe lo siguiente:

“(…) todos los días de fiesta cuando la ciudad y pueblos asistían a los sacrificios, corriesen la campaña contra los moros, que emboscados en las sierras, aguardaban aquellas horas para sus acometimientos y robos”.

El el fondo del Valle


           Seguramente la población musulmana que permaneciera en la zona una vez reconquistados estos territorios, no se debió de sentir muy cómoda rodeada de tantos cristianos. Los programas de integración social y los correspondientes mediadores sociales, nos atrevemos a decir que brillarían por su ausencia. Y efectivamente un paraje muy cercano, la llamada Peña de la Mora, y la leyenda que lleva asociada ( como otras), nos hablan bien a las claras de la presencia casi clandestina del moro.

          Más documentadas y contemporáneas son las andanzas del Tuerto Pirón, un bandido que gustó sobremanera de esta tierra, o mejor dicho, de los dineros que las gentes del lugar tenían. El Tuerto, bandolero por excelencia serrano, dejó un notable recuerdo por estos bellos paisajes y en todos los pueblos del valle, así como algunas poblaciones cercanas, se puede encontrar alguna leyenda. Como la que tiene su localización en la propia plaza de Rascafría, donde al parecer, según se cuenta, se escondía el bandido dentro del tronco de su vieja y hueca olma, muy atento a escuchar las conversaciones de los parroquianos y parroquianas que encontraban en la sombra del ya desaparecido árbol, lugar de encuentro y reunión. No, no eran los cotilleos lo que le interesaban, ni si la chica de tal se la veía muy arrimada al chaval del herrero. Agudizaría sin duda los oídos y pondría cara de buho cuando se hablara de reales, de dineros o de herencias, ventas de prados o de ganado.


           Otras historias de bandidos, tuvieron su lugar aquí. Y nos hablan de viejos caminos y de sus caminantes, de persecuciones y de huidas. A diferencia de otras zonas de la Sierra, la barbarie urbanística parece no haberse cebado excesivamente con esta comarca, como puede comprobarse al observar el valle, y sus escasas urbanizaciones fuera de los cascos urbanos, desde cualquiera de los estupendos miradores que las montañas circundantes nos ofrecen, lo que hace que resulte todavía más fácil imaginar aquellos viejos tiempos.

 ©  Santiago Martín Arribas

Robos Sacrílegos


   Iglesia de Miraflores. Los templos serranos estaban en el punto de mira de los bandidos


            Ya hemos hablado de los bandoleros, de cómo eran, por dónde actuaban y a qué dedicaban su tiempo libre. Es hora de que nos preguntemos acerca de quíenes fueron sus víctimas habituales o predilectas. Y es que sus objetivos más cotidianos podían realmente ser cualquier persona, animal o cosa que se pusiera a tiro. Lo importante era sacar provecho económico. Simples caminantes, ganado (muchos empezaron como cuatreros) o cualquier objeto de valor con dueño individual o colectivo, estaban en su punto de mira. No despreciaban nada. Pero claro, robar a un pobre y humilde transeúnte, con poco dinero, además de no emplear el tiempo con la mayor productividad posible resultaba realmente indigno en alguien llamado bandolero. Esto era cosa de simples ladrones.

            Para un bandolero de ley, estratégicamente apostado al pie de de uno de los más importantes caminos, como por ejemplo los de las carreteras de Galicia o de Francia (actuales autovías 1 y 6) las recuas de arrieros (los transportistas de otro tiempo, en muchos casos de origen maragato) pasaban por ser uno de sus objetivos más interesantes. Junto a ellas, las diligencias o cualquier otro vehículo empleado en el traslado colectivo de personas, resultaban igualmente apetecibles. Lo mismo se puede decir de aquellas personas de postín que viajaban en coches privados: embajadores, nobles, acaudalados propietarios, etc.; Incluso, y aunque resulte sorprendente, miembros del séquito real. Pero una de las especialidades favoritas fueron los conocidos como robos sacrílegos (los que tenían como objetivo a la institución eclesiástica). En ellos nos vamos a centrar a continuación.

Ermita de la Peña Sacra en Manzanares.


          Y es que iglesias, ermitas y las propias casas de los curas estaban en el punto de mira de los bandidos. La devoción que hacia estos lugares mostraban los bandidos nada tenía nada que ver con unas profundas creencias religiosas. El cielo de los ladrones se encontraba en la tierra y se mostraba mucho más placentero después de un buen golpe. Y eso que a los bandoleros se les ha atribuido en ocasiones importantes sentimientos religiosos como era algo normal por otra parte, en la sociedad de la época. Incluso hubo un bandolero serrano, según cuenta una leyenda, que gustaba de la confesión ( a un cura, no ante el juez) seguramente, pensamos, para tranquilizar su alma y garantizarse un cómodo lugar en el "más allá."

          No creemos, como algunos pueden pensar, que detrás de los robos a la Iglesia (realmente a los miembros más humildes de la institución) hubiera alguna intención de revancha social, casi revolucionaria, de oposición, podemos decir, frente a una organización que mantenía buena relaciones con el poder, si es que no formaba parte realmente del mismo. Definitivamente, pensamos, realmente se ansiaban las riquezas que los templos religiosos albergaban. Las ermitas aunque solían contener menores riquezas (en casi todas las ocasiones las imágenes más veneradas o las alhajas más valiosas se trasladaban a un lugar más seguro), su situación alejada de los centros urbanos facilitaba la acción de los bandidos. Y en las casas de los curas se guardaban en muchas ocasiones los dineros recaudados en los diferentes oficios religiosos como bautizos, bodas o entierros, o las pujas por sacar a los santos de la localidad. Los curas de los pueblos y las criadas con las que podían vivir (no confundir con las famosas barraganas) no solían oponer demasiada resistencia. Eran gente de paz. Aunque alguna vez, al menos eso se cuenta, los bandidos se encontraran mayor oposición de la prevista, como supuestamente sucedió en el segoviano pueblo de Tres Casas en las cercanías de la Granja de San Ildefonso, donde el Tuerto Pirón ( una vez más) se topó con un clérigo amante de las armas.

                En los periódicos de la época podemos leer las informaciones, no raras por cierto, de los robos que se cometían en las iglesias. Los templos de pueblos como Guadarrama, Navafría, Becerril, Moralzarzal, Alameda del Valle, Collado Mediano y muchos otros fueron desvalijados a lo largo del siglo XIX. Y en Manzanares, la ermita de la Peña Sacra, a pesar de sus guardeses, también fue un objetivo apetecido. Los artículos religiosos eran fáciles de colocar. Sólo había que conocer los intermediarios necesarios y la mercancía cambiaba de manos y seguramente de zona. Y si no, en el caso de los materiales nobles siempre se podía fundir el valioso metal. Entonces, y al igual que hoy en día, existía un importante mercado negro. A la necesidad de unos y la ambición de otros debía su existencia.

(c) Santiago Martín Arribas

El Tuerto Pirón.

Iglesia de Santo Domingo de Pirón ( Segovia). El Tuerto fue bautizado aquí.


        Si siguen este blog desde el inicio, como debe ser, ya estarán familiarizados con este nombre. Se trata del apodo que recibió el más famoso bandolero serrano. Las acciones llevadas a cabo por Fernando Delgado Sanz, nacido el 30 de mayo de 1846, en el pueblo segoviano de Santo Domingo de Pirón al pie de la sierra, le han hecho merecedor del calificativo de celebridad bandolera. Ya en su tiempo sus correrías tuvieron una importante repercusión, apareciendo bastantes informaciones sobre él en la prensa. Incluso su definitiva detención en 1882, llevó consigo como premio, el reconocimiento expreso por parte de las autoridades y, consecuentemente, el ascenso para el oficial de la Guardia Civil que lo llevó a cabo.

         Su leyenda, permaneció y todavía perdura en los pueblos serranos a uno y otro lado de la cordillera, aunque poco a poco diluyéndose con el paso de los años, al igual que sucede con muchas otras historias relacionadas con un mundo tradicional cada vez más lejano. Su recuerdo, en cambio, en la ciudad de Madrid es nulo, pese a que los periódicos de la capital siguieran en su momento con interés los detalles de su persecución e incluso a que fuera un asiduo transeúnte por la capital de España. Al menos eso deducimos de las informaciones que nos hablan de dos detenciones al menos en la ciudad, la primera en 1879 y la segunda en 1882. Dicen que su actividad bandolera duró más de 15 años aunque es difícil de documentar esto. Pero sí conocemos informaciones que nos hablan de sus robos en el final de la década de 1870 y principios de la de los 80.


          Seguir las andanzas del Tuerto es hacer un viaje en toda regla por diversas comarcas serranas. Desde el piedemonte, casi adentrándose en las llanuras, hasta las zonas más altas y escondidas de la sierra, son muchos los lugares donde el bandido y su banda actuaron. En las zonas más intrincadas y solitarias de la sierra el Tuerto encontró cobijo y por supuesto se sirvió de los viejos caminos para moverse, como pez en el agua, por las montañas del Guadarrama. El Tuerto debió de tener espíritu de excursionista. Afición que sin duda hubo de dejar aparcada desde 1882, año en que fue definitivamente detenido. A partir de entonces, lo más parecido que encontró a la naturaleza fueron los patios de las cárceles. En una de ellas murió en 1914 según diversas fuentes .


Ruinas en Adrada de Pirón. Este lugar, un antiguo edificio importante, se dice, fue objetivo  del Tuerto Pirón 


         El Tuerto Pirón cumple por otra parte con todos los requisitos para ser considerado todo un bandolero. Con mayúsculas. Larga carrera delictiva, fama (mala) entre sus contemporáneos y un notable recuerdo que aguanta el paso del tiempo en las zonas donde actuó. Y sobre todo, lo más importante, lo que diferencia a un bandolero de ley con un vulgar ladrón, se le atribuyen algunos, pocos realmente, actos de generosidad sin que falte el buen trato dispensado a los niños con los que se topaba. Al menos dos leyendas nos hablan de esto.


         Y por supuesto todavía hay quien dice que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Incluso un especialista en la materia como Pastor Petit, le atribuía en una curiosa clasificación con tintes psicológicos, los rasgos del sentido común y la ausencia de crueldad, en contraposición con otros bandidos famosos.


A uno y otro lado de Peñalara el Tuerto acechaba.

         Hablando de historiadores del bandolerismo resulta curioso observar que uno de ellos, Bernaldo de Quirós (también gran conocedor del Guadarrama y pionero del excursionismo serrano), no reparara más en este personaje, pese a que su recuerdo, en los años en que el escribía en publicaciones como la revista Peñalara, todavía debía de estar vivo. Quizás, deduzco de alguno de sus escritos, sus relaciones con el común de las gentes serranas, exceptuando los que conocía como guías o posaderos, no debieron de ser del todo fluidas. Y es que en las tabernas de los pueblos, donde seguro que se contaban estas historias, estos primeros excursionistas debían de parecer a las gentes del lugar marcianos ( o peor, vagabundos). La natural sequedad y cierta desconfianza castellana debió de hacer el resto.


         Que la leyenda del Tuerto se haya mantenido, se debe fundamentalmente a la tradición oral de la que este bloguero (¿me puedo llamar así?) ha participado. Historias contadas de padres a hijos, pero valiendo igualmente como informadores abuelos, familiares, pastores y cualquier otra persona de la tierra. También ha ayudado que las diversas obras que han tratado sobre este asunto, una vez sí y otra también, hayan citado al Tuerto como principal representante del bandolerismo del centro peninsular, siéndole adjudicado el dudoso mérito de pertenecer a lo más granado del bandidismo patrio. Muy a destacar en esta labor de rescate de estas viejas historias, que sin duda forman parte del acervo cultural, los romances que sobre el bandolero escribió Tomás Calleja y que han tenido cierta difusión en algunas comarcas donde el bandido actuó.


          En todo caso el interés por las andanzas del Tuerto ya se retomó tras su muerte. Así, el 16 de agosto de 1921, el Adelantado de Segovia nos presenta diversa información, no muy exacta por cierto, en la que entresaco lo siguiente:

El célebre bandido segoviano no se recataba de presentarse en público; dándose caso de tomar, en el trayecto, asiento en los coches de la tierra y apeándose donde le parecía. Despidiéndose cortésmente de los pasajeros que le habían reconocido, pero que guardaban muy bien de hacerlo saber para evitarse peligrosas molestias”.

         A partir de entonces, como vimos, el recuerdo del Tuerto permanece en libros, revistas y diferentes artículos. De todo ello seguiremos hablando. Manténganse atentos.

(c) Santiago Martín Arribas