Al fondo el Valle del Lozoya. Por estas zonas anduvieron los maquis
Como hemos visto en la primera parte de esta entrada en la Sierra de Guadarrama la
presencia de los maquis, aunque más reducida que en otras zonas del país, no fue
por ello inexistente. Lo que sin duda resulta bastante sorprendente por la cercanía de la capital, Madrid, donde residía el gobierno que con mano férrea (pero férrea, férrea), dirigía el país. Un estupendo testimonio sobre esta historia que tiene a la sierra como protagonista nos la ofrece la lectura de las memorias de uno de aquellos combatientes
antifranquistas. Porque su protagonista, Adolfo Lucas Reguilón, mantuvo una
intensa presencia por el Guadarrama.
Antes de adentrarnos en las peripecias de este maquis, tenemos que comentar que de lo que podemos saber se trataba de un personaje muy particular. A su partida guerrillera la podemos definir como singular. Al parecer, si hacemos caso a sus propias declaraciones, rechazaba el uso de la violencia y sus acciones, sabotajes, controles en carreteras, “multas” a colaboradores del régimen, etc., buscaban, no tanto la consecución de unos objetivos concretos, como extender su ideal republicano y publicitar sus ideas. De la lectura de sus recuerdos nos queda una imagen entre lo utópico y lo inocente.
La Cuerda de los Porrones vista desde la Pedriza. En sus cercanías Reguilón mantuvo un puesto permanente.
Desde sus posiciones iniciales en
las estribaciones de la Sierra de Gredos, Reguilón y sus compañeros deciden
extender su presencia a la Sierra del Guadarrama. En alguna de sus acciones de
aproximación y reconocimiento llegan a realizar un “control” sobre toda una
carretera nacional, como el que llevan a cabo en el Puerto del León donde detienen
a todas los vehículos que por allí transitan para pedirles su documentación como
representantes (según ellos) del gobierno de la República. Tras charlar con los
retenidos, entre ellos un policía y todo un ex gobernador civil y jefe de
falange, les “explican” sus intenciones y les dejan continuar incautándoles las
armas que portaban. Una acción que repetirán posteriormente de forma bastante arriesgada en el
Puerto de Navacerrada y también sobre la Carretera de Burgos a la altura de La Cabrera.
Enfrente de Mataelpino, en la cuerda
que desde la Pedriza se eleva hasta la
cumbre de la Maliciosa, encuentra un lugar, un pequeño hueco entre las piedras,
en las que establecen un puesto permanente, al que denominan “Posición de la paz”. Desde allí Lucas Reguilón no solo
organiza todo tipo de acciones, si no que incluso elabora propaganda mediante
una sencilla maquina de escribir que siempre le acompaña, y unas hojas de papel cebolla con las que
realiza copias. Esa mínima imprenta le sirve para difundir sus ideas que no
eran otras que la vuelta de la república.
En los pueblos cercanos debió de tener algún tipo de apoyo. Especialmente se habla de Mataelpino donde
seguramente tuvieron colaboradores, imprescindibles para conseguir víveres y para mantenerse
ocultos en sus cercanas montañas. En un momento dado Reguilón decide realizar un acto
que como muchos otros, tiene más de publicitario que de otra cosa. Los Maquis se acercan al pueblo de Alameda,
en pleno valle del Lozoya, y de forman pacífica, imaginamos que ante la atónita
mirada de sus habitantes, deciden firmar en el libro del ayuntamiento, tomando
para la república el municipio. Se realiza un arqueo de los fondos del
ayuntamiento, para certificar y dejar claro así que no han quitado ni una sola
peseta al consistorio y se compran víveres. Posteriormente y ante la amenaza de la llegada de las autoridades del momento abandonan el pueblo retornando a
sus posiciones, en lo que sería toda una travesía en toda la regla de la sierra.
En otra ocasión realizan todo un
movido periplo serrano en el que se realizan diversos “controles” en la
carretera, el robo e la casa de una persona a la que acusan de colaborar con el régimen en Miraflores el Real, y otro tipo de actos. Finalmente deciden retornar
a sus posiciones en el oeste de la provincia no sin tener algunos problemas
internos (no es la primera vez) en estos últimos días.
La lectura de sus memorias, El último guerrillero de España, escritas
más de 30 años después de sus peripecias serranas y tras haber sobrevivido a
varias condenas a muerte y más de 20 años en prisión, nos presentan a un hombre
con decisión y mucho entusiasmo. Sus movimientos por los montes y sierras, en
muchas ocasiones aprovechando la oscuridad de las noches, presentaban gran
dificultad. Vivaqueando en las frías noches o buscando refugio en cualquier
hueco. Alguna vez bajando a dormir o esconderse gracias a la colaboración de
algún acólito. Sus métodos, como los de los antiguos bandoleros, eran
primitivos pero no por ello poco efectivos para la vida a salto de mata:
Vestuario de pantalones de pana,
pasamontañas, duras botas, las pellizas (toscos abrigos de piel), métodos de
contacto con terceras personas codificados de forma rudimentaria (trozos de
papel partidos que debían de encajar uno con otro) y unas contraseñas de
aproximación bien singulares, y desde luego adaptadas a más no poder al medio
rural (guarridos de zorro alternando con canto intermitente del búho).
Serrano Suñer (el de negro) con malas compañias. A Reguilón le habría gustado charlar con él. (imagen de la wikipedia)
Y también podemos leer algunas
“perlas” que nos ilustran sobre el carácter particular de Reguilón: Por ejemplo
cuando se planteó “la ocupación” de una mansión que Serrano Suñer, una de las
personalidades más importantes del régimen, ex-ministro y cuñado del propio
Franco, tenía en Navacerrada. Pero al no “encontrarse
en persona” decidieron desechar el intento pese a que para el maquis del
Guadarrama fue toda una decepción ya que:
“Me
habría agradado poder charlar con él,
puesto que le consideraba un hombre honesto, aparte condiciones políticas”
O el niño Ismaelito, de Villa del Prado, de ocho o nueve años, quien con su bicicleta realizaba misiones de enlace pasando suministros, entre ellos la munición necesaria, y sirviendo además de informador. Sobre él escribe Reguilón:
“Se demostraba la maravillosa agudeza y sentido de la responsabilidad de los niños bien orientados”
Vivir para ver (y leer).
Santiago Martín Arribas