bandoleros del Guadarrama

bandoleros del Guadarrama

El miedo de los viajeros 2ª parte. Sierra de Guadarrama



Valle de la Fuenfría desde Valsaín.

Este temor, más o menos exagerado, más o menos real, que hemos visto en la anterior entrada también existía cuando se trataba de cruzar las sierras del centro peninsular. El vendedor de biblias británico, George Borrow, nos dejó su testimonio en el mas que interesante libro “La Biblia en España” fruto de sus, a veces delirantes,  experiencias durante su estancia en nuestro país entre 1835 y 1840. De su travesía de la sierra por el Puerto de Navacerrada acompañado por un criado y  en dirección  hacía Segovia nos deja el relato del temor que le produjo su tránsito por estos parajes (o que tal vez el que le metía su acompañante). Así nos dice


“por momentos nos hundíamos en el silencio. Las aves nocturnas comenzaron a dejarse oír y millares de notas estridentes chirriaron sobre y, bajo y alrededor de nosotros. De improviso entre los pinos y  a cierta distancia, vimos altas llamas, como de un gran incendio. “Son carboneros nuestro amo. Dios nos coja confesados, pues son mala gente y medio bandidos ¡cuántos pobres viajeros han sido asesinados y despojados en este miedosos despoblados.


No sabemos si el criado exageraba un poco con objeto de darse algo de importancia, o que por aquellos tiempos resultaba realmente tan peligroso, algo que de ser realmente así lo lógico hubiera sido evitar el viaje nocturno.


En ocasiones, estos temores resultaban totalmente ciertos por hechos que sucedían en días anteriores. También hay que decir que las historias de robos y asaltos ( como cualquier otra, ya sabemos como es la gente…) podían ser exageradas por las personas que se reunían en ventas y posadas.

Los viajeros británicos Alexander Mackenzie y Michael J. Quinse, nos cuentan lo siguiente:

“A la quinta mañana desde nuestra salida de Madrid, contratamos después del desayuno a dos mulas y un guía para volver a la ciudad, Últimamente habíamos oído hablar tanto de ladrones que sentíamos lo mismo que un franceses ante un Jesuita. Veíamos escrita la palabra ladrón en cada cara. La noche anterior, cada uno del pequeño grupo de alrededor de la chimenea tenía alguna historia triste que contar. Un pobre hombre había sido detenido por la mañana a un puente a una legua del Escorial, o un grupo de salteadores (...). Se echaron pronto sobre el desde las ruinas de una casa de postas y no encontrándole dinero le apalearon hasta las entrañas.”



Vistas sobre el Puerto de Navacerrada. Su carretera como otras partes de la sierra, antaño, tenía fama de ser visitada por los bandoleros


Por su parte el viajero portugués José liberato Freire de Carvalho según podemos leer en el libro Viajeros portugueses por España en el siglo XIX, de Carlos García-Romeral, relata que:

“(…) sobre la una de la madrugada llegamos a los alrededores de Madrid, en Castilla la Nueva: Enclavada en una gran planicie, rodeada de montañas, te das cuenta que has llegado cuando estás en ella. Estuvimos muy contentos de esta ultima jornada, al ser frecuentes en ese tiempo los robos de los bandoleros a las diligencias en los alrededores de la capital. Las diligencias solían ir escoltadas por grupos de jinetes. Nos escapamos del asalto, pero no sucedió lo mismo a los pasajeros que llegaron después de nosotros, porque fueron atacados y robados a pesar de la escolta de caballería que les acompañaba.

(..) Deseaba mucho ver algunos sitios reales de los alrededores de Madrid, sin embargo el miedo a caer en manos de ladrones no me animaba a intentar tales viajes. Se dio una circunstancia favorable para satisfacer parte de mis deseos. Fernando VII fue con la corte hacia la Granja, o a San Ildefonso, y en consecuencia se pusieron guardias por todo el camino que llevaba hasta allá. A mi amigo Castro Pereira le cupo también la obligación de ir en esta ocasión a parlamentar con los ministros que estaban con el rey, y así me aprovechaba de su compañía para hacer esta excursión que tanto deseaba.

(..) para salir de Madrid encontraba dos dificultades: una era el recelo a los ladrones y otra que aun no había encontrado un buen compañero, no sólo para que me costara menos, si no por servirme de guía y compañía en tal largo viaje (..)Para disminuir el primer inconveniente fuese a hablar con el general Murillo, gobernador militar de Madrid, y le pidiera que me diese una escolta de caballería para protegerme (...) Me aseguró que no le era posible dedicarme ni un caballo por que eran pocos los que habían en Madrid y apenas bastaban para proteger la carretera de la Granja donde estaba el rey.”

Suponemos que esta situación de miedo al viaje dependería de la época, de mayor o menos inseguridad, y también del carácter del viajero. Los habría mas arrojados y más prudentes.

Una de las soluciones que se tomaban, era la de buscarse una protección mediante escoltas. Seguridad privada. Normalmente eran soldados o profesionales en esos menesteres. Pero en algunos casos se emplearon ex bandoleros que aprovechando su experiencia o el supuesto respeto que podían tener entre sus compañeros de profesión, se ganaban la vida en los caminos, esta vez de parte de la ley. Si no se tenía dinero para pagar estas escoltas se buscaba la protección mutua basada en el número, organizándose grandes partidas, verdaderas caravanas de gentes que encontraba la protección en el amplio grupo. De esta manera se formaban extraños grupos donde se mezclaban arrieros, funcionarios, extranjeros o comerciantes. El testimonio del viajero britanico Richard Ford, en su Viaje por España,  nuevamente viene a cuenta

“Aquellas personas indígenas o extranjeras que no podían conseguir o permitirse los gastos de una escolta, podían aprovechar alguna oportunidad para unirse a otros viajeros que la llevaran. Es admirable la rapidez con que corría la noticia de que había una escolta para una partida, y como se engrosaba esta con individuos sueltos que aprovechaban la ocasión. Como todos iban armados, cuanto más numeroso era el grupo, era a la vez más fuerte y , por lo tanto, los riesgos menores (...) Si no se presentaba ninguna de estas oportunidades, se unían todos los que pensaban viajar, formando verdaderas caravanas (...), con tanta más facilidad cuanto que era y es casi imposible viajar solo, pues los otros se unen a uno.”

Viajar podía ser peligroso. Difícil es discernir cuanto había en estos testimonios de rigurosa verdad o de exageración. Seguramente en la mayoría de los países los viajes no eran seguros del todo, especialmente en zonas solitarias o por la noche. En todo caso y para dar un testimonio diferente, otro viajero, este español, el geólogo Casiano del Prado, habitual de los caminos en busca de hallazgos científicos, a mitad del siglo XIX en plena efervescencia del bandolerismo,  nos cuenta como conclusión en su Descripción física y geológica de la provincia de Madrid:

“Habiendo pasado una parte de mi vida en las montañas y con los hombres de la naturaleza, a lo menos con los que se hallan más cerca de ella que los de las ciudades, los he mirado siempre con afección y aún con respeto, y entre ellos he viajado siempre desarmado y sin temor alguno”



(c) Santiago Martín Arribas