Valle de la Fuenfría desde Valsaín.
“por
momentos nos hundíamos en el silencio. Las aves nocturnas comenzaron a dejarse oír
y millares de notas estridentes chirriaron sobre y, bajo y alrededor de
nosotros. De improviso entre los pinos y a cierta distancia, vimos altas llamas, como
de un gran incendio. “Son carboneros nuestro amo. Dios nos coja confesados,
pues son mala gente y medio bandidos ¡cuántos pobres viajeros han sido
asesinados y despojados en este miedosos despoblados.
No sabemos si el criado exageraba un
poco con objeto de darse algo de importancia, o que por aquellos tiempos
resultaba realmente tan peligroso, algo que de ser realmente así lo lógico hubiera sido evitar el viaje nocturno.
En ocasiones, estos temores
resultaban totalmente ciertos por hechos que sucedían en días anteriores.
También hay que decir que las historias de robos y asaltos ( como cualquier
otra, ya sabemos como es la gente…) podían ser exageradas por las personas que
se reunían en ventas y posadas.
Los viajeros británicos Alexander Mackenzie y Michael J. Quinse, nos cuentan lo siguiente:
“A
la quinta mañana desde nuestra salida de Madrid, contratamos después del
desayuno a dos mulas y un guía para volver a la ciudad, Últimamente habíamos oído
hablar tanto de ladrones que sentíamos lo mismo que un franceses ante un
Jesuita. Veíamos escrita la palabra ladrón en cada cara. La noche anterior,
cada uno del pequeño grupo de alrededor de la chimenea tenía alguna historia
triste que contar. Un pobre hombre había sido detenido por la mañana a un puente
a una legua del Escorial, o un grupo de salteadores (...). Se echaron pronto
sobre el desde las ruinas de una casa de postas y no encontrándole dinero le
apalearon hasta las entrañas.”
Vistas sobre el Puerto de Navacerrada. Su carretera como otras partes de la sierra, antaño, tenía fama de ser visitada por los bandoleros
Por su parte el viajero portugués
José liberato Freire de Carvalho según podemos leer en el libro Viajeros portugueses por España en el siglo
XIX, de Carlos García-Romeral, relata que:
“(…)
sobre la una de la madrugada llegamos a los alrededores de Madrid, en Castilla la Nueva: Enclavada en una gran
planicie, rodeada de montañas, te das cuenta que has llegado cuando estás en
ella. Estuvimos muy contentos de esta ultima jornada, al ser frecuentes en ese
tiempo los robos de los bandoleros a las diligencias en los alrededores de la
capital. Las diligencias solían ir escoltadas por grupos de jinetes. Nos
escapamos del asalto, pero no sucedió lo mismo a los pasajeros que llegaron
después de nosotros, porque fueron atacados y robados a pesar de la escolta de
caballería que les acompañaba.
(..)
Deseaba mucho ver algunos sitios reales de los alrededores de Madrid, sin
embargo el miedo a caer en manos de ladrones no me animaba a intentar tales viajes.
Se dio una circunstancia favorable para satisfacer parte de mis deseos.
Fernando VII fue con la corte hacia la Granja, o a San Ildefonso, y en consecuencia se
pusieron guardias por todo el camino que llevaba hasta allá. A mi amigo Castro
Pereira le cupo también la obligación de ir en esta ocasión a parlamentar con
los ministros que estaban con el rey, y así me aprovechaba de su compañía para
hacer esta excursión que tanto deseaba.
(..)
para salir de Madrid encontraba dos dificultades: una era el recelo a los
ladrones y otra que aun no había encontrado un buen compañero, no sólo para que
me costara menos, si no por servirme de guía y compañía en tal largo viaje (..)Para
disminuir el primer inconveniente fuese a hablar con el general Murillo,
gobernador militar de Madrid, y le pidiera que me diese una escolta de
caballería para protegerme (...) Me aseguró que no le era posible dedicarme ni
un caballo por que eran pocos los que habían en Madrid y apenas bastaban para proteger
la carretera de la Granja
donde estaba el rey.”
Suponemos que esta situación de
miedo al viaje dependería de la época, de mayor o menos inseguridad, y también
del carácter del viajero. Los habría mas arrojados y más prudentes.
Una de las soluciones que se
tomaban, era la de buscarse una protección mediante escoltas. Seguridad
privada. Normalmente eran soldados o profesionales en esos menesteres. Pero en
algunos casos se emplearon ex bandoleros que aprovechando su experiencia o el
supuesto respeto que podían tener entre sus compañeros de profesión, se ganaban
la vida en los caminos, esta vez de parte de la ley. Si no se tenía dinero para
pagar estas escoltas se buscaba la protección mutua basada en el número,
organizándose grandes partidas, verdaderas caravanas de gentes que encontraba
la protección en el amplio grupo. De esta manera se formaban extraños grupos
donde se mezclaban arrieros, funcionarios, extranjeros o comerciantes. El
testimonio del viajero britanico Richard Ford, en su Viaje por España, nuevamente viene a cuenta
“Aquellas
personas indígenas o extranjeras que no podían conseguir o permitirse los
gastos de una escolta, podían aprovechar alguna oportunidad para unirse a otros
viajeros que la llevaran. Es admirable la rapidez con que corría la noticia de
que había una escolta para una partida, y como se engrosaba esta con individuos
sueltos que aprovechaban la ocasión. Como todos iban armados, cuanto más
numeroso era el grupo, era a la vez más fuerte y , por lo tanto, los riesgos
menores (...) Si no se presentaba ninguna de estas oportunidades, se unían todos
los que pensaban viajar, formando verdaderas caravanas (...), con tanta más
facilidad cuanto que era y es casi imposible viajar solo, pues los otros se
unen a uno.”
Viajar podía
ser peligroso. Difícil es discernir cuanto había en estos testimonios de rigurosa
verdad o de exageración. Seguramente en la mayoría de los países los viajes no
eran seguros del todo, especialmente en zonas solitarias o por la noche. En
todo caso y para dar un testimonio diferente, otro viajero, este español, el geólogo Casiano del Prado, habitual de los caminos en busca de hallazgos científicos, a mitad del siglo XIX en
plena efervescencia del bandolerismo, nos cuenta como conclusión en su
Descripción física y geológica de la provincia de Madrid:
“Habiendo pasado una parte de mi vida en las
montañas y con los hombres de la naturaleza, a lo menos con los que se hallan
más cerca de ella que los de las ciudades, los he mirado siempre con afección y
aún con respeto, y entre ellos he viajado siempre desarmado y sin temor alguno”
(c) Santiago Martín Arribas