Asalto de ladrones. Goya. Las diligencias y otros vehículos eran objetivo principal de los bandoleros.
Tener un inesperado encuentro con
una partida de bandoleros era una de las posibilidades que todo viajero que
recorriera la geografía ibérica podía esperar. Los caminos estaban llenos de
lugares solitarios, lo que unido a unos medios de transportes, lentos y
vulnerables, favorecía en gran medida la acción de los ladrones. Las
narraciones que los viajeros, especialmente los extranjeros, han dejado
escritas, nos muestran el miedo que infundía adentrarse por los caminos
patrios. Aunque para ser justos, hay que reconocer que durante el siglo XIX, el
romanticismo imperante puso de moda los tipos pintorescos, como por ejemplo los
bandidos, y los lectores burgueses de sus países de procedencia, a quienes sus
libros iban dirigidos, estaban
encantados de leer estas historias de bandoleros en el confort de sus casas.
Como ya hemos comentado alguna vez,
la nómina de extranjeros que viajaron y escribieron acerca de sus aventuras en
nuestro país es no solo larga, si no que está llena de nombres ilustres. Entre
los que escribieron (y también dibujaron) sobre nuestro país, se encuentran los
apellidos de Andersen, Dumas, Merimee, o Doré. Y junto a ellos, otros quizás no
tan célebres pero que escribieron libros esenciales sobre nuestro país, que no
han dejado de publicarse hasta nuestros días, como Richard Ford o George Borrow.
Bandolero según Gustave Doré.
En definitiva, para ellos, viajar
por España no era asunto sencillo. Por ejemplo, Théofile Gautier, literato,
periodista y viajero francés decía que:
“un
viaje por España sigue siendo una empresa peligrosa y fabulosa. Hay que
exponer, tener animo, paciencia y fuerza; uno pone en peligro a cada paso su
vida; el peligro de ir por caminos realmente intransitables para cualquier
persona menos para los conductores de mulas andaluces, un calor infernal, un
sol capaz de haceros estallar el cráneo, son los más pequeños inconvenientes,
porque tenéis además los facciosos, los ladrones. El peligro os rodea, va por
delante de vosotros”.
“Peligro”, “peligrosa”, “animo”,
“intransitables”, son algunas de las palabras que utiliza el francés. No menos
dramatismo tienen los testimonios de aquellos viajeros a los que la visión de
las cruces en los caminos les provocaban, (o nos lo querían hacer creer) un
notable intranquilidad. Davillier y Doré, quienes viajaron juntos por nuestro
país, hablando de dichas cruces y de las siniestros rótulos que les acompañaban
nos cuentan: “Aquí murió... de mano
airada” o “aquí mataron a…..”.
Evidentemente con este escenario los viajeros nos hablan una y otra vez de la
necesidad de llevar armas.
Por su parte Richard Ford, autor de
dos libros sobre España, autenticas precursoras de las guías de viaje, libros
llenos de experiencias y comentarios sobre nuestro país, vuelve a incidir en el
sentido tétrico que aportaban las famosas cruces para las que escribe que:
“no
pueden menos que sugerir la idea de una cueva de culebras y de ladrones.
Contribuyen a ello las frecuentes cruces colocadas sobre los clásicos
montoncitos de piedras, en recuerdo de algún individuo asesinado que tienen por
único y conmovedor epitafio el nombre del muerto y la fecha de la desgracia, e
implora del viajero, que se encuentra en igual situación que el muerto y que
hasta puede serlo en un instante, que rece una oración por su alma en pena”
Y todavía podemos citar a un tercer
viajero preocupado por la inquietante presencia de dichas cruces. Se trata de el británico Joseph Townsend quien de sus
experiencias en el viaje que realizo entre 1786-1787 por nuestro país, nos
habla de un e bosque a las afuera de
Villacastín, que atraviesa el camino a
Galicia y que era “famoso por los
ladrones y lleno de cruces fúnebres”.
En la siguiente entrada nos centraremos un poquito en la sierra y alrededores.
(c) Santiago Martín Arribas
En la siguiente entrada nos centraremos un poquito en la sierra y alrededores.
(c) Santiago Martín Arribas