Cuerda de los porrones. La leyenda sitúa por aquí al bandido.
La Pedriza alberga un buen número de leyendas bandoleras que nos presentan diferentes hechos y lugares. Pero en cambio la nómina de bandoleros con nombre y apellidos es muy limitada. Realmente se reduce a uno solo y precisamente de un único apellido: Pablo Santos. Su leyenda, su sombra podríamos decir, tiene el don de la ubicuidad. Los relatos le sitúan practicamente en cualquier zona de la Pedriza: En los altos del Cancho Centeno escondiéndose, en el Cancho del Horno robando al pastor Bautista Montalvo, en el Cancho de los Muertos precipitándose al vacío y como consecuencia falleciendo, en Collado Arcones siendo disparado y caído muerto, (¡¡ una segunda vez ¡¡) por un tal Isidro de Torrelodones. También escondiéndose bajo el Alcornoque del Bandolero y asaltando la ermita de la Peña Sacra. Por otra parte fuera de la Pedriza la leyenda y algunas informaciones documentadas le sitúan robando diligencias y todavía en un lugar indeterminado de la actual Comunidad de Madrid repartiéndose las zonas de influencia con el chulapo Luís Candelas….. Podemos decir que durante mucho tiempo Pablo Santos sirvió como comodín para poner nombre a la mayoría de las historias de bandidos de esta comarca.
En definitiva, se trata del bandido pedricero por excelencia. Y como sucede con muchos de los legendarios bandoleros las historias que cuentan sobre él se entremezclan, incluso se contradicen. Además, los pocos datos históricos que se manejan (de los que hablaremos en dos futuras entradas) aportan otra idea.
En definitiva, se trata del bandido pedricero por excelencia. Y como sucede con muchos de los legendarios bandoleros las historias que cuentan sobre él se entremezclan, incluso se contradicen. Además, los pocos datos históricos que se manejan (de los que hablaremos en dos futuras entradas) aportan otra idea.
Es curioso que en cambio a diferencia del bandido clásico no se le atribuya ningún acto de generosidad como es de ley entre bandoleros. Pero ya decía Quirós, demostrando no estar del lado de los idealizadores en este asunto, lo siguiente:
“los bandidos de nuestra sierra nada han debido de tener de románticos ni de pintorescos, si no de todas las cualidades contrarias más repulsivas”.
Los canchos pedriceros son estupendos oteaderos.
Aunque para ser justos y perdonenme la digresión, como ya hemos visto el romanticismo y el pintoresquismo estaba más en la mente de viajeros y literatos o en la idealización que de su figura hacía el pueblo, que en la realidad. Lo que si es cierto es que Pablo Santos, fuera quien fuera realmente el personaje, dejó huella en la sierra. Tanta como para que hoy en día recordemos su nombre, casi dos siglos después de su muerte. Entre las personas que ayudaron a mantener su leyenda destaca de nuevo Bernardo de Quirós, quien nos habla del secuestro que llevó a cabo su banda sobre el hijo de una tal Braulia del Valle, vecina de la pequeña localidad de El Boalo, a quien retuvieron, como en el caso del secuestro de los hijos del Marqués de Gaviria, bajo el enorme Canto del Tolmo.
También, el guadarramista reproduce la historia que le contó el casi centenario pastor de Mataelpino, Bautista Montalvo, donde se narra el ( desafortunado) encuentro que tuvo este buen hombre con el bandido y sus secuaces, muchos años atrás, cuando era joven. Así, según la narración, al parecer Bautista y su padre se adentraron en los vericuetos pedriceros en busca de unas yeguas. En un momento dado, a lo lejos divisaron a unas gentes que eran, vaya suerte, los bandoleros. Su padre ya había tenido un mal encuentro con esta gente. Al parecer le habían tomado prestado, es un decir, una escopeta. No sabemos si fue a pedirles la devolución del arma, pero lo cierto es que esta vez los bandoleros, tomando a los Montalvo como un almacén andante, se fijaron en un estupendo capote comprado a un pañero de Riaza, (rememoraba con gran detalle el anciano), y estrenado ese mismo día. ¡¡Vaya por Dios¡¡. Por la tarde, a la vuelta de sus tareas ganaderas, hijo y padre, este último suponemos algo destemplado por la falta de la capa, vuelven a encontrarse con los bandidos.
También, el guadarramista reproduce la historia que le contó el casi centenario pastor de Mataelpino, Bautista Montalvo, donde se narra el ( desafortunado) encuentro que tuvo este buen hombre con el bandido y sus secuaces, muchos años atrás, cuando era joven. Así, según la narración, al parecer Bautista y su padre se adentraron en los vericuetos pedriceros en busca de unas yeguas. En un momento dado, a lo lejos divisaron a unas gentes que eran, vaya suerte, los bandoleros. Su padre ya había tenido un mal encuentro con esta gente. Al parecer le habían tomado prestado, es un decir, una escopeta. No sabemos si fue a pedirles la devolución del arma, pero lo cierto es que esta vez los bandoleros, tomando a los Montalvo como un almacén andante, se fijaron en un estupendo capote comprado a un pañero de Riaza, (rememoraba con gran detalle el anciano), y estrenado ese mismo día. ¡¡Vaya por Dios¡¡. Por la tarde, a la vuelta de sus tareas ganaderas, hijo y padre, este último suponemos algo destemplado por la falta de la capa, vuelven a encontrarse con los bandidos.
Los viejos chozos de pastores sirvieron también de cobijo a los bandidos.
Éstos por una vez, y a lo mejor para compensarles de las anteriores desdichas, en vez de sustraerles alguna cosa más deciden compartir un buen momento con los Montalvo, en este caso una taza de chocolate. Y no se trata de cualquier chocolate, si no todo un delicatessen de su tiempo ya que su procedencia, su denominación de origen podríamos decir, es Astorga, y para mayor detalle decir que ha sido robado unas horas antes, formando parte del botín obtenido del asalto a una diligencia en la carretera de Castilla. Finalizado el convite, padre e hijo suspiran aliviados. Tienen el estomago caliente, sus pertenencias intactas y observan como los bandidos deciden marcharse. Concretamente se dirigen hacia la Peña del Mediodía, donde los acontecimientos se suceden. Se inicia el reparto del botín, surgen las disputas, suben éstas de tono y finalmente la vida de Pablo Santos, llega a su fin. Isidro “ el de Torrelodones” descontento seguramente con su parte muestra su disconformidad a su jefe arreándole una descarga de pólvora con su trabuco. Quirós, quiere ver en el labio leporino (según testimonio del pastor) de Isidro una prueba de sus tendencias homicidas en una época donde se creía que los rasgos fisonómicos podían indicar algunas inclinaciones criminales. Algo así como las rayas de la mano y el futuro. Y así terminó sus días Pablo Santos. Pero, ojo, según la leyenda. Veremos que dice la escasa documentación que tenemos.
(c) Santiago Martín Arribas