Hacia el Cancho de los Muertos
Una de las historias bandoleras más conocidas de la Pedriza y por extensión de toda la Sierra del Guadarrama es la que nos cuenta las aventuras (pocas) y desventuras (muchas) de un grupo de bandidos por estos montes teniendo su final, trágico por otra parte, en el grupo de riscos conocidos como "El Cancho de los Muertos". Quizás son dos los factores fundamentales que han hecho que esta narración, a diferencia de otras similares, perdurara en el tiempo. El primero y más importante es el hecho de que una vez escuchada a un pastor local, Ambrosio Esteban, fuera recogida de forma escrita primero por Ricardo Laforest, en la revista Peñalara, y posteriormente, poco tiempo después, por Bernaldo de Quirós, al que citamos por enésima vez, en su obra la Pedriza del Real del Manzanares ( 1921). De hecho el propio Quirós intentó indagar algo más como ya veremos.
El segundo factor que ha hecho a esta vieja historia perdurar y que hoy en día sea de las más conocidas acerca de bandoleros serranos se debe sin duda a su localización. El Cancho de los Muertos es un paraje hoy en día, a diferencia de lo que sucedía hace un siglo, bien conocido para todo aquel que se adentre minimamente dentro del circo pedricero. Una senda, muy concurrida los fines de semana, atraviesa el paraje e incluso, creo recordar, algún cartel informativo deja constancia de este pasado bandolero. Lo que antaño era un lugar desconocido, escondido y solitario hoy ya no lo es tanto.
Antes de adentrarnos en esta leyenda hemos de decir que hemos intentado indagar algo más. Y es que todas las informaciones sobre este asunto están basadas en lo que escribieron aquellos guadarramistas hace ya casi un siglo. Lo cierto es que buceando lo que hemos podido en la prensa histórica no hemos encontrado mayor información adicional.
La leyenda que resumida nos habla del secuestro de una mujer por un grupo de bandidos, su consiguiente reclusión en la Pedriza, las disputas entre los miembros de la banda y su final resolución, fue narrada, insistimos, por el veterano pastor local Ambrosio ( como mi abuelo) Esteban. Y más o menos, la narración venía a decir lo siguiente, resumida y con algunos inevitables comentarios ( es que la historia tiene lo suyo)
Garganta del Manzanares. Una de las entradas a la Pedriza
En un tiempo pasado pero sin determinar, frecuentaba la Pedriza un grupo de bandoleros, conocidos como “Los Peseteros”, (no sabemos si por que cambiaban de banda con facilidad, por que eran muy tacaños, o vaya usted a saber la razón). Entre sus actividades delictivas destacaba el secuestro. Y es que cierto día hasta Madrid se dirigieron, en grupo o en solitario para secuestrar a una joven mujer de buena familia. Tan buena como para tener dinero suficiente como para pagar un rescate. Retenida la mujer es llevada a la Pedriza, en una época donde la Pedriza sería igual de intrincada que ahora, mucho menos accesible ( nada de coches y bares) y con muchísima menos gente. Cierto día, seguimos la narración del pastor, el jefe de la banda tiene que ir a Madrid presuntamente por "motivos de su trabajo". De lo que deducimos que el trabajo de jefe de bandidos era a tiempo parcial, en sus ratos libres, una especie de chapuza con las que ganarse un dinerillo. Y claro, la ausencia del jefe, el vacío de poder, podemos decir, lleva a lo que lleva en muchas ocasiones. A disputas. Y el motivo en este caso es la mujer que debía de tener prendados, por decirlo de alguna forma, a los componentes de la banda. Se inicia una discusión, sube de tono y termina con la muerte de uno de los contendientes. A la vuelta el jefe enterado de lo que ha pasado decide tomar cartas en el asunto, impartir justicia para demostrar su autoridad y que no se le suban a las barbas. Su primera decisión jurídica es ordenar al homicida que agarre al muerto y lo lleve hasta el lugar que ha decidido ser juzgado de primera y única instancia: El Cancho de los Muertos, o Riscos del Campo Santo, como también se le denominaba antiguamente al paraje. Una vez llegados allí, los cargos son claros y rotundos:
Vistas de la Pedriza
Se le acusa de diezmar en un componente la banda, sin la autorización del jefe. La justicia se va a ejercer sin mayor dilación y por supuesto sin las debidas garantías judiciales. Esto es, intenta empujar al homicida a uno de los precipicios que entre los canchos abundan. Pero claro, el otro no acepta así como así acabar de aquella manera sus días. Agarra al jefe, forcejean y finalmente ambos, caen por el barranco muriendo o quedando tan malheridos que les es imposible salir de allí. Si la falta de liderazgo por la breve ausencia del jefe había desencadenado un crimen dentro la banda, la muerte de otro componente y sobre todo la del jefe provoca la desbandada general del resto de la banda, nunca mejor dicho. Y allí, sola y desamparada, queda la secuestrada y razón última de todos los siniestros sucesos allí acontecidos. Ya casi no nos acordábamos de ella ¿verdad? Bueno, pues para saber más les remito a la siguiente entrega, en breve. Aunque no hacen falta que esperen realmente, ya digo en cualquier libro o mejor en Internet conocerán, si no lo saben ya, lo que (supuestamente) pasó a continuación.
(c) Santiago Martín Arribas