Niebla en la Pedriza
La mujer, continua la historia, no le queda otra que vagar por terreno desconocido. No sabemos las dotes de orientación en montaña que tuviera y podemos suponer que su intención sería encontrar cualquier lugar habitado, ya fuera la cabaña de un pastor o el primer pueblo que se encontrase, si es que antes no tiene la mala suerte de volver a toparse con alguno de sus ya ex-secuestradores. Después de tanta desgracia, de tantos sustos, por fin la suerte cambia. Pero “ni todo el campo es orégano” ni todos los seres humanos son malos. Los hay buenos y muchos. Eso al menos pensaría al conocer al "Mierlo" un pastor con el que tuvo la suerte de toparse. Este cabrero es todo buena disposición. La recoge, la ayuda a salir del laberinto pedricero e incluso, llega a este punto su magnanimidad, en vez de dejarla en la primera diligencia que saliera hacia Madrid desde Manzanares, (si es que alguna lo hacía) el mismo la acompaña hasta la capital para que por fin se vuelva a reunir con su familia. Al parecer, según contaba el pastor Ambrosio Esteban, sus padres, agradecidos lógicamente, le ofrecen todo tipo de compensaciones por su ayuda y por haberse acercado, dejando a sus queridas cabras, a la ciudad. Incluso le ofrecen quedarse a vivir con ellos. Pero no sabemos si fue por timidez, por qué no se veía viviendo en el estresante Madrid del XIX, o como dice la leyenda, por que no podía vivir sin sus cabras y sin su Pedriza, lo cierto es que el Mierlo decide volverse a la sierra, quedando como todo un señor, y dejando agradecidos por siempre a la mujer y sus familiares. En la vida no solemos saber lo que nos depara el futuro y tal vez de haber tenido la posibilidad, como tenemos hoy en día, de llamar a unos de los múltiples videntes que proliferan por la TDT, dar su fecha de nacimiento y nombre, habría sabido de su trágico final y hubiera tomado una decisión diferente. Sobre lo que le pasó posteriormente al Mierlo hablaremos en próxima entrada.
Los riscos del Cancho de los Muertos
Bernaldo de Quirós, no se quedó satisfecho con esta narración recogida a su vez , ya decimos, de otro guadarramista e indagó algo más. Encontró informador en el juez de Cebreros, Manuel Bernabé, natural de Colmenar Viejo. A pesar de que su versión difiere en algunos aspectos, tenemos que destacar que su testimonio es prueba de que esta leyenda tenía cierta extensión en la zona. No era cosa solo del pastor Esteban como algún malintencionado pudiera pensar.
Las diferencias entre la narración del pastor y la del juez son las siguientes: Por ejemplo, la mujer, según la versión del jurista, se ve envuelta en la refriega mortal, cayendo por el precipicio también junto con los secuestradores. No sabemos si arrojada, intentando separar o tomando parte por alguno de los contendientes. Una incógnita dentro de otra incógnita. Según el juez Bernabé los restos de los cadáveres en el fondo del barranco provocaron durante mucho tiempo el pavor de la gente que pasaba por allí. Finalmente alguien atrevido y con habilidades escalatorias decide bajar y vacía los bolsillos de los muertos encontrando una buena cantidad de dinero que al parecer da origen a la fortuna de una familia de Colmenar Viejo. No puedo si no hacer un inciso y comentar que al menos se me vienen a la cabeza otras dos historias similares de inicio de fortunas serranas debido al encuentro de dinero sin justificar proveniente seguramente de bandidos. Esta versión hace que desaparezca de un plumazo de la leyenda el "Mierlo”. El pastor, por tanto, no pudo recoger a la mujer, entregarla a su familia y quedar como un señor.
Paraje pedricero
Finalmente Quirós reflexiona (no sabemos si con acierto) llegando a la conclusión de que no sería Pablo Santos el que lideraría a los Peseteros, esto no lo menciona el pastor Esteban por cierto, si no sería un tal Barrasa "sucesor" del bandido pedricero. Curiosamente Barrasa es el nombre de otro bandido que la historia y la leyenda sitúa actuando en la sierra de Guadarrama, concretamente al otro lado de la cordillera, eso si, 4 siglos antes. Curiosa coincidencia.
(c) Santiago Martín Arribas