bandoleros del Guadarrama

bandoleros del Guadarrama

Robos Sacrílegos


   Iglesia de Miraflores. Los templos serranos estaban en el punto de mira de los bandidos


            Ya hemos hablado de los bandoleros, de cómo eran, por dónde actuaban y a qué dedicaban su tiempo libre. Es hora de que nos preguntemos acerca de quíenes fueron sus víctimas habituales o predilectas. Y es que sus objetivos más cotidianos podían realmente ser cualquier persona, animal o cosa que se pusiera a tiro. Lo importante era sacar provecho económico. Simples caminantes, ganado (muchos empezaron como cuatreros) o cualquier objeto de valor con dueño individual o colectivo, estaban en su punto de mira. No despreciaban nada. Pero claro, robar a un pobre y humilde transeúnte, con poco dinero, además de no emplear el tiempo con la mayor productividad posible resultaba realmente indigno en alguien llamado bandolero. Esto era cosa de simples ladrones.

            Para un bandolero de ley, estratégicamente apostado al pie de de uno de los más importantes caminos, como por ejemplo los de las carreteras de Galicia o de Francia (actuales autovías 1 y 6) las recuas de arrieros (los transportistas de otro tiempo, en muchos casos de origen maragato) pasaban por ser uno de sus objetivos más interesantes. Junto a ellas, las diligencias o cualquier otro vehículo empleado en el traslado colectivo de personas, resultaban igualmente apetecibles. Lo mismo se puede decir de aquellas personas de postín que viajaban en coches privados: embajadores, nobles, acaudalados propietarios, etc.; Incluso, y aunque resulte sorprendente, miembros del séquito real. Pero una de las especialidades favoritas fueron los conocidos como robos sacrílegos (los que tenían como objetivo a la institución eclesiástica). En ellos nos vamos a centrar a continuación.

Ermita de la Peña Sacra en Manzanares.


          Y es que iglesias, ermitas y las propias casas de los curas estaban en el punto de mira de los bandidos. La devoción que hacia estos lugares mostraban los bandidos nada tenía nada que ver con unas profundas creencias religiosas. El cielo de los ladrones se encontraba en la tierra y se mostraba mucho más placentero después de un buen golpe. Y eso que a los bandoleros se les ha atribuido en ocasiones importantes sentimientos religiosos como era algo normal por otra parte, en la sociedad de la época. Incluso hubo un bandolero serrano, según cuenta una leyenda, que gustaba de la confesión ( a un cura, no ante el juez) seguramente, pensamos, para tranquilizar su alma y garantizarse un cómodo lugar en el "más allá."

          No creemos, como algunos pueden pensar, que detrás de los robos a la Iglesia (realmente a los miembros más humildes de la institución) hubiera alguna intención de revancha social, casi revolucionaria, de oposición, podemos decir, frente a una organización que mantenía buena relaciones con el poder, si es que no formaba parte realmente del mismo. Definitivamente, pensamos, realmente se ansiaban las riquezas que los templos religiosos albergaban. Las ermitas aunque solían contener menores riquezas (en casi todas las ocasiones las imágenes más veneradas o las alhajas más valiosas se trasladaban a un lugar más seguro), su situación alejada de los centros urbanos facilitaba la acción de los bandidos. Y en las casas de los curas se guardaban en muchas ocasiones los dineros recaudados en los diferentes oficios religiosos como bautizos, bodas o entierros, o las pujas por sacar a los santos de la localidad. Los curas de los pueblos y las criadas con las que podían vivir (no confundir con las famosas barraganas) no solían oponer demasiada resistencia. Eran gente de paz. Aunque alguna vez, al menos eso se cuenta, los bandidos se encontraran mayor oposición de la prevista, como supuestamente sucedió en el segoviano pueblo de Tres Casas en las cercanías de la Granja de San Ildefonso, donde el Tuerto Pirón ( una vez más) se topó con un clérigo amante de las armas.

                En los periódicos de la época podemos leer las informaciones, no raras por cierto, de los robos que se cometían en las iglesias. Los templos de pueblos como Guadarrama, Navafría, Becerril, Moralzarzal, Alameda del Valle, Collado Mediano y muchos otros fueron desvalijados a lo largo del siglo XIX. Y en Manzanares, la ermita de la Peña Sacra, a pesar de sus guardeses, también fue un objetivo apetecido. Los artículos religiosos eran fáciles de colocar. Sólo había que conocer los intermediarios necesarios y la mercancía cambiaba de manos y seguramente de zona. Y si no, en el caso de los materiales nobles siempre se podía fundir el valioso metal. Entonces, y al igual que hoy en día, existía un importante mercado negro. A la necesidad de unos y la ambición de otros debía su existencia.

(c) Santiago Martín Arribas