bandoleros del Guadarrama

bandoleros del Guadarrama

El Valle del Lozoya y sus bandidos


    Cuerda Larga. Uno de los "cierres" del Valle del Lozoya.

         Al igual que muchos otros rincones serranos el Valle del Lozoya, en mi opinión uno de los lugares más bellos de la zona Centro, alberga unas cuantas historias de bandidos. Y es que su geografía, aunque bien diferente a la pedricera, ofrecía igualmente, sin duda, grandes posibilidades para la vida a salto de mata. Lugar tradicionalmente apartado y escondido con tan sola una salida natural, la que le abre el curso del río Lozoya, y cerrado por las más altas cumbres del Guadarrama como Peñalara o Cabezas de Hierro, el valle fue siempre un lugar fragoso, solitario y aislado. Seguramente algo menos desde tiempos medievales cuando se produjo la fundación (o refundación) de los pueblos de Rascafría, Oteruelo, Alameda, Pinilla y Lozoya, y sobre todo desde que en el año 1390, en tiempos del rey Juan I, se edificara un monasterio que iba a tener una importancia e influencia capital en el valle, constituyendo desde ese momento un importante lugar religioso, cultural y sobre todo, económico ( poderoso caballero, que no señor, es don dinero). Pero a pesar de la cartuja del Paular, del paso de reyes y de sus pobladores, los bandoleros encontraron en las fragosidades de sus bosques y en las notables dimensiones de sus solitarias montañas un lugar estupendo para actuar u ocultarse.

Los montes Carpetanos al fondo

          Es en estos tiempos medievales cuando se sitúa una leyenda bien conocida, que nos habla de la justicia que impartían, a medio camino de la historia y de la tradición, los conocidos como caballeros quiñoneros. La leyenda, difícil de documentar y de rastrear en su origen, nos presenta el Puente del Perdón, sobre las aguas del Lozoya y situado exactamente enfrente del monasterio, como lugar donde tenía lugar toda una ceremonia jurídica bien primitiva, en la que se permitía una última revisión sobre las sentencias ( por llamarlo de alguna forma, la arbitrariedad seguramente campaba a sus anchas por estos lejanos años) que previamente se habían pronunciado. Si la apelación confirmaba la condena el apesadumbrado reo cruzaba el puente y no le quedaba sino remontar el río para llegar a la conocida como Casa de la Horca. ¿Adivinan qué le iba a pasar allí? Y si era perdonado, quedaba libre y suponemos que bien contento se iría a celebrar su liberación.


         En el siglo XVI el cronista segoviano Colmenares hablaba la persecución que llevaban a cabo los citados caballeros quiñoneros sobre unos “moros”, que emboscados en las montañas, amenazaban a la población. Concretamente, escribe lo siguiente:

“(…) todos los días de fiesta cuando la ciudad y pueblos asistían a los sacrificios, corriesen la campaña contra los moros, que emboscados en las sierras, aguardaban aquellas horas para sus acometimientos y robos”.

El el fondo del Valle


           Seguramente la población musulmana que permaneciera en la zona una vez reconquistados estos territorios, no se debió de sentir muy cómoda rodeada de tantos cristianos. Los programas de integración social y los correspondientes mediadores sociales, nos atrevemos a decir que brillarían por su ausencia. Y efectivamente un paraje muy cercano, la llamada Peña de la Mora, y la leyenda que lleva asociada ( como otras), nos hablan bien a las claras de la presencia casi clandestina del moro.

          Más documentadas y contemporáneas son las andanzas del Tuerto Pirón, un bandido que gustó sobremanera de esta tierra, o mejor dicho, de los dineros que las gentes del lugar tenían. El Tuerto, bandolero por excelencia serrano, dejó un notable recuerdo por estos bellos paisajes y en todos los pueblos del valle, así como algunas poblaciones cercanas, se puede encontrar alguna leyenda. Como la que tiene su localización en la propia plaza de Rascafría, donde al parecer, según se cuenta, se escondía el bandido dentro del tronco de su vieja y hueca olma, muy atento a escuchar las conversaciones de los parroquianos y parroquianas que encontraban en la sombra del ya desaparecido árbol, lugar de encuentro y reunión. No, no eran los cotilleos lo que le interesaban, ni si la chica de tal se la veía muy arrimada al chaval del herrero. Agudizaría sin duda los oídos y pondría cara de buho cuando se hablara de reales, de dineros o de herencias, ventas de prados o de ganado.


           Otras historias de bandidos, tuvieron su lugar aquí. Y nos hablan de viejos caminos y de sus caminantes, de persecuciones y de huidas. A diferencia de otras zonas de la Sierra, la barbarie urbanística parece no haberse cebado excesivamente con esta comarca, como puede comprobarse al observar el valle, y sus escasas urbanizaciones fuera de los cascos urbanos, desde cualquiera de los estupendos miradores que las montañas circundantes nos ofrecen, lo que hace que resulte todavía más fácil imaginar aquellos viejos tiempos.

 ©  Santiago Martín Arribas